Tres del reino celestial
Luciano Pérez
1.- La vida nueva de Betty
El
poeta hubiera querido que Betty lo llevase al Paradiso, pero eso jamás
pudo ser. Sin embargo, ella sí que llevó a otros ahí,
aunque éstos no se hubieran enterado que ese bienaventurado lugar
se llamaba así. Por supuesto, Betty tampoco sabía que su
tarea, por el nombre que ella tenía, implicase conducir a jardínes,
a paraísos, porque no conocía que encarnaba la vida nueva,
que el poeta vio en Betty desde que se la presentaron en un lugar lejano.
Un lugar que era, por cierto, como un Inferno, lleno de delincuencia y
de caos, donde Betty vivía muy a gusto desde que nació en
esos círculos del averno llamados Ecatepec, Coacalco, Tultitlán,
Tultepec...
Al poeta se le hacía difícil ir a visitar al objeto de
su devoción, pero tenía que hacerlo. Llegaba allá
contento de haber sobrevivido a los constantes asaltos en el transporte,
todo para que viese a su dama abrazada con otro, u otros; y a él,
el poeta, ella sólo le decía: "¡Eres mi amigo!
¿No es cierto que nuestra amistad es lo más grande?"
Él pensaba lo contrario, pero no se lo dijo: "No, Betty, amistad
quiere decir amor, y los amigos se aman, se quieren, se besan, se estrujan,
se aprietan, se muerden el uno al otro, se despedazan". Quizá,
pero eso para ella no sería amistad, sino noviazgo, así
que Betty se mordía con sus novios a fondo.
Por lo tanto, ¿qué vida nueva era posible aquí? ¿Cómo
lograr que Betty llevase al poeta al Paradiso, si era obvio que ella estaba
feliz entre seres putrefactos y abominables, a los que ella llamaba novios?
El poeta sufría mucho, y llenaba cuadernos y cuadernos con palabras
llenas de mística y desaliento, porque Betty se negaba a conducirlo
ante Aquel que mueve el sol y las estrellas.
Un día que hubo una comida con los padres de Betty, y el poeta
fue invitado (otra vez el viaje a los círculos del Inferno), él
aprovechó para platicar un poco más con ella, pues no había
por el momento algún novio de cola con punta de flecha ante la
vista. Le dijo: "Betty, estoy escribiendo algo sobre ti". Y
ella respondió: "Cuando lo termines me lo enseñas".
"¿Lo leerás?" "No me gusta leer, pero haré
el intento". "De ti he dicho lo mejor que se ha dicho nunca".
"¿Ah, sí? ¿Cómo qué?" "Que
tú me llevas al Paradiso". "What???" "A un
jardín llamado el Cielo, donde Dios y sus ángeles te han
encumbrado como la fémina perfecta, por la cual yo me hago justo,
bueno y feliz, por gracia de lo que tú significas en mi vida, que
es nueva desde que te vi". "Muy bonito, pero no entendí
nada". "No te preocupes, es toda una comedia, y se llama divina".
"¿Ah, sí? Entonces hará reír mucho".
"¿Por qué, crees que no gustará?" "No
digo eso, sino que, como dices que es comedia, toda comedia es cómica,
por más divina que pretenda ser".
2.- Los dioses felices
Los
sátiros sabían perfectamente que los únicos seres
felices y dichosos son los dioses, y tan lo saben que su propio patrón,
Bacchus, es el más feliz de todos. Pero él quiso que los
humanos compartiesen un poco de esa felicidad, aunque no fuese ésta
del tipo inmortal que caracteriza a lo divino. Con el vino, se puede ser
feliz un poco, y sólo mientras se beba. Pero también los
sátiros entendían, alguien se los había comentado,
que se puede ser feliz negando el que haya un Dios, y no hay por qué
no pueda dársele estatus de divino a quien así piensa.
Sin embargo, el viejo Sileno dijo que, respecto a eso último, había
que preguntarle al propio Bacchus, para mayor seguridad. Porque los sátiros
construyen monumentos para cada uno de los dioses felices, como testimonio
de la bienaventuranza de aquellos que, dichosos, no necesitan ocuparse
de los humanos. Y no obstante, los sátiros saben que es necesario
rendirles un homenaje, y así las estatuas de todos los seres divinos
están alineadas en un jardín para su respectivo culto, y
Bacchus las había aprobado. Sobre todo le gustó su propia
imagen de mármol, porque aparecía embriagado y risueño,
abrazado de su hermosa Ariadna, la cual olvidó todas las lágrimas
derramadas en la isla de Naxos.
Y un día que Bacchus vino a admirarse a sí mismo, Sileno
le salió al paso y le preguntó si también quien niega
que hay un solo Dios puede ser feliz. Se daba por entendido que el que
niega a un Dios es para afirmar que hay dioses, como Epicuro. Bacchus
contestó que Epicuro era un dios, y que merecía una estatua.
Sileno, entonces, sacó otro caso, el de aquel que niega a Dios,
y por lo tanto también a los dioses. Bacchus no vaciló:
"Es un dios. ¡Erijan su estatua!" Karl Marx se había
ganado un lugar entre los felices. Quedaba otro caso más, el de
alguien que dijo que no hay Dios ni hay dioses, pero que alguna vez los
hubo y se murieron todos; que entonces sólo cabía escribir
Ditirambos y que esta era toda la felicidad. Bacchus, muy contento, exclamó:
"¡Ese es mejor que los otros dos dioses! ¡Una estatua!"
Sileno le dijo que no sabían quién era, ni cómo era.
Un tanto impaciente por irse ya a su felicidad, Bacchus dispuso: "Hagan
una imagen igual como la mía, sólo le ponen anteojos de
miope y un bigote muy grande y grueso".
Por lo tanto, tres dioses muertos, y que ya no sabían nada de nada,
valen más que todos los dioses que viven, todavía, en su
eterna bienaventuranza.
3.- Tumbas en las estrellas
Cuando los seres mitológicos mueren, son sepultados en las estrellas,
y cada uno es identificado por su respectiva lápida. Los marcianos,
que en sus constantes viajes por el espacio han visitado el cementerio
mítico, se entretienen mucho leyendo las lápidas. Por supuesto
que no lo pueden hacer por sí mismos, sino que llevan consigo dos
aparatos: uno que es traductor, para que les diga lo que dicen los letreros
luctuosos, y otro hermenéutico, para que les explique lo que significan.
Una vez leyeron una lápida que decía: "Fui sátiro,
hijo de las ninfas, y compuse Ditirambos para la güera Gladys, la
tepiteña". El aparato traductor les dio a saber lo que refería
el texto, pero como los marcianos no entendieron nada, acudieron al aparato
hermenéutico, el cual les explicó lo siguiente: "Los
sátiros eran seres feos, es decir, gordos y borrachos; las ninfas,
mujeres muy hermosas, fueron sus madres. Por eso se acabaron los seres
míticos, porque los seres bellos parieron seres feos. Los Ditirambos
eran canciones de briagos e irrresponsables. No sé qué es
"la güera Gladys" ni "la tepiteña", me
es ilegible por completo".
Los marcianos estaban asombrados, y uno de ellos le preguntó al
aparato: "¿Y qué quiere decir feo?" El aparato
tosió, y contestó: "De acuerdo a mi información,
feo es equivalente a un marciano que anda indagando lo que no le importa".
Los marcianos se rieron, y se dijeron unos a otros: "¡Somos
sátiros, hagamos Ditirambos!" Bebieron, se emborracharon y
se pusieron a cantar palabras que no entendían, pero que quizá
intuían lo que significaban: "¡La güera Gladys,
la tepiteña!" Pero ya no nacería ningún sátiro
más...
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